Esta libertad por la que todos los indecentes, los tramposos, los que se coronan del mérito, o peor, las fatigas ajenas, dicen haber luchado y ante la

que otros derrotados exclamamos:
No (poder) querer más vivir sin saber qué vive (vivió, qué impotencia, qué reducción al mutismo, o lo mismo me da si es que escribo, qué reducción a cenizas de todo lo mío, o peor: qué reducción a que cuanto existe nos tome, por lo mismo, por serlo, higiénica, limpia, por papel ídem) en lugar mío NI ESCRIBIR si para herirme la vida toma formas tan extrañas.
O yo, con menos ser y estar de alma grande (no quiero decir con ello que mi alma sea chica) con menos sublimación cuando todo lo que el mundo requiere de tus labios es, en justa correspondencia, la mayor de las blasfemias, o sea de las verdades:
NI ESCRIBIR, si la hijaputa la vida o hijaputo, ya que hija de su puto creador o dios, o energía, o lo que sea, la sucia reunión del todos nosotros, todas las almas, sucias todas ellas, pobres enanas y miserables por lo general, si la hijaputo la vida sólo merece de mis labios un escupitajo y a ser posible tras acumular toda la sangre de mis pulmones que a los ojos me vienen cuando la ira, ira que me provoca la su mezquindad, del todos vosotros habitantes de la hijaputo la vida.